Slow travel: viaja con calma.

Viajar es disfrutar del trayecto, de la gente y de cada rincón de una ciudad o pueblo.
Algo así es lo que propone el slow travel, ¡basta ya de estrés y prisas!

Viajemos despacio. Viajemos sin prisa. ¡Disfrutemos!

En nuestros viajes, al igual que en nuestra vida diaria se ha impuesto la regla de lo rápido, empezando por algo tan importante como la alimentación, y se ha extendido a otros ámbitos como la forma de viajar. Almorzamos mientras caminamos, pasamos nuestro tiempo libre en centros comerciales o vamos prácticamente corriendo a todas partes.... Todo esto forma parte de esa vida trepidante ya asentada en nuestras sociedades mediterráneas, tradicionalmente dadas a la tranquilidad y a disfrutar del momento.

Por este motivo surge el movimiento Slow, como una reivindicación para que nos tomemos la vida con más tranquilidad.

Al viajar con calma conocemos otros mundos y culturas y abrimos la mente a lugares remotos pero, con el ritmo de vida rápido, los viajes son un maratón para visitar monumentos y tacharlos en el mapa, pasando por las ciudades y pueblos y quedándonos solo en lo superficial, sin conocer su esencia e idiosincrasia. Por esto, esta nueva corriente busca descubrir la riqueza de la diversidad y los pequeños placeres de la vida, conocer a fondo un lugar, mezclarse con sus gentes, comida, lengua o cultura y, en definitiva, descubrir y admirar otras formas de vida tan distintas y a la vez tan parecidas.

Viajemos despacio. Viajemos sin prisa. ¡Disfrutemos!

Slow Travel: Orígenes

Este movimiento nació en los años ochenta como contestatario del ritmo de vida acelerado que vivimos en las ciudades. Cuando el italiano Carlo Petrini se enteró alrededor de 1986 de que iban a abrir una conocida marca de comida rápida en la Plaza de España en Roma, se enfureció de tal modo que fue el precursor de esta nueva forma de entender la vida. Así, las primeras iniciativas surgieron en torno a la alimentación, la llamada "slow food" en contraposición de la tan asentada "fast food". Esto suponía degustar productos de calidad, debidamente cocinados, con denominación de origen, acompañados de un buen vino, una buena presentación y en un entorno agradable, es decir, una clara oposición a lo que se venía dando en alimentación en los últimos años, comida de bufé, hamburgueserías....

Sus reivindicaciones han tenido tanto éxito que ya cuenta con numerosas ferias gastronómicas alrededor de todo el mundo, la más importante de ellas es el Salón del Gusto de Turín, en Italia, país al que se le atribuye ser la cuna del movimiento Slow. Este impulso gastronómico no tardó en expandirse como una necesidad de bajar ese ritmo tan acelerado de vida a otros ámbitos, como el turismo, el diseño o las ciudades. Según algunos autores es una tendencia que venía de tiempo atrás, pues encontramos antecedentes ya en la Revolución Industrial para contestar al vertiginoso devenir de nuestras sociedades modernas. El caso del Slow Travel ha tomado su inspiración de escritores de viajes del siglo XIX como es el caso de Théophile Gautier e incluso de viajeros árabes.

Esta filosofía está centrada también en la defensa de la diversidad de costumbres de cada zona y región, su lengua, folklore, gastronomía.... Una de sus principales críticas se dirige al ya extendido "american way of life" o también conocido como modo de vida americano, por el cual multitud de regiones se han desprendido de sus tradiciones y cultura para plasmar la vestimenta uniformada o el tipo de ocio americano, consistente en pasar todo el día consumiendo en un centro comercial, compras, cine, bolera y cena. Se trata de algo que alcanza también la forma de relacionarnos con los demás, vidas más aisladas y menos comunicativas, solo a través de redes sociales, e imitación de valores y jergas provenientes la cultura americana. Todo ello en detrimento de nuestra propia identidad y cultura.

En la actualidad hemos incrementado exponencialmente el número de vuelos, trayectos y turistas a lo largo y ancho de todo el mundo pero, en muchos casos, los viajes son un reflejo de esta forma de vida rápida y acelerada al optar por viajes programados, paquetes de todo incluido u hoteles low cost, que ofrecen unos servicios mínimos para que no disfrutemos del enclave, sino que solamente pernoctemos allí.

Así, el turista pretende visitar el máximo de cosas posibles en muy poco tiempo, por lo que ni nos comunicamos con los autóctonos, ni conocemos su forma de vida o costumbres, sino que programamos el trayecto, incluso por horas, para poder ver todos los edificios emblemáticos, enclaves célebres o museos de la ciudad para hacernos una fotografía en el monumento reconocible que después compartiremos en las redes sociales. Los demás verán que estuvimos allí, aunque lo cierto es que no llegamos a mezclarnos ni a conocer mínimamente esa sociedad.

¿Cómo sumarnos a la cultura slow travel?

A esto contribuyen los vuelos de bajo coste, que nos seducen para viajar a ciudades lejanas, haciendo incluso que pasemos más tiempo en el avión o carretera que en el destino, para vivir jornadas maratonianas y de poco aprendizaje. De esta forma, vemos como ni en vacaciones y tiempo libre, que es cuando se nos presupone mayor tranquilidad, renunciamos a esa forma de vida acelerada y estresante que llevamos.

Los viajes slow son cercanos al estilo mochilero que busca, por encima de visitar las ciudades, descubrirlas, disfrutarlas, sorprenderse y, consecuentemente, integrarse en ellas.

¿Cómo sumarnos a la cultura slow travel?

  1. Un viajero slow elige un destino viable para los días de vacaciones con los que cuenta, de forma que tenga suficiente tiempo para disfrutar del lugar y no para pasarlo en el avión. Por ello, recomendamos utilizar transportes como el tren, para admirar todo el paisaje y, si viajamos en coche, ir parando en cada pueblo que encontremos en el camino, renunciando a hacer el mayor número de kilómetros en el menor tiempo. Una recomendación, ¡coge una bicicleta y piérdete por el entorno!
  2. Un viajero slow va caminando a todas partes dentro de las ciudades, por lo que nada se escapa a sus ojos, ni un rincón mágico, una fachada bonita que no está en las guías de viajes o una cafetería con encanto. Todo esto nos permite mezclarnos con los locales. Una forma de acercarnos a su cultura es aprendiendo su lengua o, al menos, algunas frases.
  3. Un viajero slow no es un todoterreno, no mira el reloj ni programa todas las horas del día, tampoco planifica rutas interminables que lo dejan exhausto y le impiden disfrutar del destino de forma sosegada y tranquila, enriqueciéndose de cada detalle o momento. Por ejemplo, comienza la mañana tomando un café mientras observas el día a día de la gente autóctona y, después, visita un mercado local o tenderetes callejeros.
  4. Un viajero slow busca integrarse con la cultura e idiosincrasia del lugar, por lo que prueba y saborea los productos locales de la tierra. Pregunta a alguien por los mejores platos autóctonos y déjate seducir por sus aromas y texturas. ¡Nunca almuerces en una franquicia de comida rápida o un menú continental!
  5. Un viajero slow prefiere encontrar una casa rural, situada en un enclave autóctono y agradable, con desayuno casero y dueños de la zona que nos indiquen lugares y costumbres locales y no alojarse en complejos hoteleros, fortalezas de ocio. Realmente pasar todo el día en instalaciones occidentales nos aleja de la realidad social del país, de su forma de pensar, vivir, de su comida, fiestas o arquitectura. Las llamadas jaulas de oro masificadas hacen que pasemos por los lugares sin conocer absolutamente nada de ellos. Por este motivo, a falta de un hotel rural, resulta mucho más gratificante albergarnos en una pequeña pensión donde el trato sea cercano y familiar y nada protocolario o estandarizado.
  6. Finalmente, un buen viajero slow no es un turista ni hace turismo, viaja y conoce los lugares, los retiene en su retina y en su memoria, los vive y saborea, por lo que no necesita ir continuamente acompañado de una cámara de fotos o una guía. El tiempo que pasamos mirando por el objetivo nos distrae del momento vivido, podemos recurrir a la cámara para inmortalizar un momento único o una actitud inolvidable pero no para fotografiar cada paso que demos, ya que para eso están las postales. Por su parte, una guía nos debe ayudar a orientarnos, no a salvarnos la vida pues ¿qué puede haber mejor que perderse por una ciudad, callejear y mezclarse por sus barrios y gentes?

Visitar "slow cities"

El slow travel cuenta cada día con mayor número de adeptos que han descubierto que se puede viajar sin prisa y a otro ritmo que resulta mucho más enriquecedor que los viajes rápidos. Esto ha impulsado incluso la existencia de las llamadas "slow cities" o "cittá slow", un distintivo con el que cuentan los lugares con gastronomía cuidada, abundantes zonas verdes, poco contaminantes y peatonales, un respeto por las tradiciones y cultura. La primera fue Bra, en Italia, a la que ya se le han sumado Pozo Alcón en Jaén y la granadina Nigüelas en Sierra Nevada.

Te proponemos que viajes a un destino y te zambullas en su día a día, sus calles, platos, gentes, que conozcas y disfrutes cada detalle, evites los lugares concurridos de turistas para buscar la tasca local y los barrios populares.

Practica el Slow Travel

En definitiva, te proponemos que no seas un mero espectador, que seas un viajero slow para descubrir la riqueza y diversidad que te brinda cada destino.

¿Estás dispuesto a vivir una experiencia única y diferente? Bienvenid@ al SLOW TRAVEL.